La escritura del verbo por Edgar Khonde

Texto mínimo

Hilvana-Huarache2012-05 Decía el otro día, el miércoles en Casa Hilvana, que los textos y la escritura de estos se organizan alrededor de un verbo. El sintagma verbal como núcleo y síntesis del relato. Con un verbo es posible conformar una oración, que el escritor presenta como un verso: «Popeye Silva golpea al diablo Ventura».

 Popeye Silva golpea al diablo Ventura

Lo golpea

Al Diablo y al diablo

Popeye Silva silva.

Una sola oración, reordenada, o con variaciones, decía en Hilvana, puede darle a un poeta para escribir un poema de varias estrofas; un libro entero. Pero también, se puede tomar la línea, la oración, como una anécdota y convertirla en un relato. Un relato constituido, como el verso, alrededor de un verbo: golpear; alguien golpea a alguien; A golpea a B.

 «Popeye Silva golpea al Diablo Ventura en el plexo y lo derriba, en la Arena Galaxia. El Diablo escucha, o sueña, la cuenta completa en la lona, no tiene fuerzas para levantarse. Acepta la derrota cuando el réferi apenas lleva cinco segundos. Cierra los ojos y deja que su corazón se pare».

Hoja en blanco Y si en el tratamiento del tema, de la anécdota, incluimos la psicología de los personajes, sus pensamientos, miedos, obsesiones, deseos, podremos construir un relato más extenso, pero sobre todo, podremos escribir una novela.

 «Popeye Silva se acordaba de cuando vio por primer vez una pelea, el Gigante Salas contra José Oliveira, se había metido de contrabando a la arena, pensando de verdad que el Gigante era un gigante, como en la película de Gulliver. Tenía seis años, Popeye, pero ya había presenciado peleas entre hombres, cuchillos de por medio. Ignoraba que había encordados, réferis, guantes; ignoraba que dos hombres en pantaloncillos podían pelearse en lapsos de tres minutos, y que a esa dinámica se le conocía como el arte del pugilismo. Regresó, Silva, de sus pensamientos. Miró a la otra esquina. El Diablo llevaba apenas tres peleas de profesional, era tan joven como Popeye, era su carta vez en el ring, y también la cuarta vez que lo asolaba el miedo.»

 Según yo, es mucho más fácil pensar en el ejercicio de la escritura como una estructuración de bloques, como bloques de cemento de un muro. Bloques ordenados alrededor de una jerarquía, en la que el sintagma verbal, el verbo, goza de más importancia que todos los demás argumentos y define el significado de la oración: Dar, alguien le da algo a alguien, [Pedro] [le da] [un beso] [a María]. Pero bueno, de eso hablaré en una serie de columnas-conversaciones en Yaconic (http://www.yaconic.com/), durante los siguientes meses. En una cosa que me imagino se podría llamar «Ingeniería de la escritura», que ha sido concebida para presentar un modelo de comprensión de la disciplina no ya desde una facultad inherente al escritor, o al posible escritor, sino como una actividad que puede ser aprendida, como manejar el móvil, el ordenador, un automóvil. Creo pertinente advertir que la escritura no implica la literatura, tampoco pretendo que «Ingeniería de la escritura» sea un taller literario sino, uno escritural.

 Y a propósito del Diablo y Popeye, escribí esto para La gualdra (bajo el modelo de la ingeniería), de La Jornada Zacatecas, se llama Arena Galaxia.

boxeo-5 Popeye Silva había llegado ese día a la arena en un taxi, y al bajarse había olvidado el periódico, un dato intrascendente. Entró al local por la puerta trasera, como lo había hecho en anteriores ocasiones. En el interior las butacas estaban todavía vacías y el piso medianamente barrido, recordó la primer vez que había peleado en la Arena Galaxia. Tenía apenas 16, debutó contra el Diablo Ventura, que le sacaba cinco kilos. Estaba nervioso y la verdad es que tenía miedo. Le habían dado unos guantes tan viejos que hubiera sido mejor pelear a puño limpio. Las botas no eran suyas, se las había prestado Castro, al que todavía no apodaban La Bufa. El Diablo lo tiró en el tercero a fuerza de un golpe en la mandíbula del que quién sabe cómo, Popeye, se repuso y alcanzó a levantarse antes de que acabara la cuenta. El Diablo se abalanzó como metralla en el séptimo, quería acabar con el novel; habían pactado la pelea a diez rounds, raro para un debutante. En el octavo repitió la dosis y seguramente hubiera insistido en el noveno sino es porque faltando veinte segundos para finalizar el episodio número ocho, Popeye lo sacudió por el plexo. Le dio un golpe tan fuerte que pareció patada. Entró limpio, con fuerza. Nadie en la arena recordaba haber visto puñetazo de Popeye; posiblemente, dijo en la crónica un reportero de deportes que cubría la pelea estelar esa noche entre el Gigante Bermúdez y José Juan Oliveira, fue el único golpe del novato durante la contienda. El Diablo no se paró cuando el réferi sólo llegó al cinco y decretó la derrota.

 No había cambiado mucho la Galaxia desde aquella vez, sólo se veía más vieja, más rancia. Oficialmente, se lo prometió a su mujer, era su última pelea, tenía cuarenta años y a veces sus manos temblaban incontrolables, el médico de la comisión le había dicho que no podía seguir, tenía un mal nervioso en el cerebro. Le gustaba la idea de que el último round lo peleará contra la Bufa Castro, su viejo amigo. En eso estaba pensando cuando se buscó el periódico, se percató de que lo había dejado en el taxi, le había llamado la atención una noticia, de la que alcanzó a leer el encabezado. Se iba a quedar con las ganas, si tal vez hubiera leído la nota no se habría subido a pelear esa noche.

 Edgar Khonde

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Girar alrededor de los libros por Edgar Khonde

Puerta-pasilloTe ha pasado que metes la llave a la chapa de la puerta de tu departamento, pero la llave no cede sino hasta la mitad de la cerradura. Luego de minutos te das por vencido. Entonces miras el número. No es tu número, tampoco es el quinto piso: estás en el tercero. Abre tu vecina, la hipotética vecina. No te suena familiar, y para ella eres el más desconocido de los desconocidos. Tú vistes pijama y por eso te cree cuando le dices que de ninguna manera eres un ladrón, los ladrones no van de pijama, y que solo te equivocaste de departamento y de piso. Un rayo le cruza la memoria y recuerda algo: te saludó hace dos semanas, cuando a medianoche salió a pasear a su perro, pero, tú entraste al edificio de junto. Tú lo recuerdas, claro, odiaste a su perro desde la primera, y única, vez que lo viste. Lo odiaste porque te recordaba al perro de una ex novia, mejor dicho, lo odiaste porque ella te recordó a una ex novia cuando te la encontraste de frente e imaginaste que la habrías besado de ser ella, tu ex novia. Le dices que, claro, que lo recuerdas, que te cayó bien su perro. Sonríes. Entonces ella te pregunta que si estás bien. Tú respondes que por qué pregunta eso. Y ella aguantándose la risa, no tiene más que decir que te equivocaste de departamento, de piso y de edificio. Tú no dejas la sonrisa idiota. Claro, a esas alturas piensas que también te equivocaste de vida.

 Pero la historia era otra.

Libros y libros Hace un par de meses, Sebastián, me encargó tres cajas de libros, ante su inminente mudanza. Desde ese tiempo para acá, he leído fragmentos de ellos, no he llegado al final de ninguno. Sebastián, está de más decirlo, es un bibliófilo con tintes de alcohólico. Consume libros como si se tratara de acabar con la cantina más grande de la Escandón. Hace un par de días, Sebastián, mandó a una amiga suya, para recoger las cajas. Cuando le ayudé a bajarlas, sentí como si me arrancaran pedazos de memoria. Me había encariñado con ellos. Yo no gozo de una eterna biblioteca, regularmente de vez en vez la renuevo, y regalo los libros que he leído, pero obviamente no podía hacer lo mismo con los libros de Sebastián; además, como lo dije antes, no había llegado al final de ninguno. La técnica que había implementado fue la siguiente: abría una caja sin mirar su interior, y al azar cogía uno. Leía tres, diez páginas también al azar y lo cambiaba de caja. A veces tenía la fortuna de encontrarme con un libro anterior, pero dada la lotería, no continuaba su lectura en la página donde me había quedado. De alguna forma estaba construyendo una novela. Una novela a la usanza de la escritura automática. Tal vez ustedes lo sepan mejor que yo, cuando dejas una lectura inconclusa, tu vida se retaza en incompletudes. Como un vestido que esta cosido con pedazos de distintas telas y colores, y que puede resultar gracioso, pero siempre siempre, será un hecho fallido. Porque la lectura, la literatura, se parece a eso: un revestimiento de la memoria.

libro-magico Yo no sé qué va a pasar ahora conmigo, que me he quedado suelto como hoja suelta en la enciclopedia de los lectores que no acabaron la novela. Soy una especie de Bartleby. Un drogadicto al que se le ha acabado la coca y no tiene manera de conseguir más. Puedo ir a una biblioteca, a una librería, comprar libros, pedir prestados, hasta poder reunir un contexto similar: cajas de libros para formar historias. Aunque hay algo que quizás no les debí de haber dicho al inicio de este texto. A lo mejor se lo imaginan. La cosa con los libros de Sebastián, el motivo de la seducción, es que esos más de trescientos libros eran robados. No todos al mismo tiempo, sino uno por uno. Les dije que Sebastián es un bibliófilo alcohólico. Un sibarita de la literatura. Como otros son sibaritas de la cocina, entre los que me cuento yo. Bueno, pues, esa es la cosa. El atractivo era que mi casa se había convertido de repente en la cueva de Alí Babá, y yo, y solo yo, tenía acceso a todos los tesoros del ladrón.

 Y a lo mejor por eso me he equivocado esta noche de departamento, de piso y de edificio. Porque ya no siento que mi casa sea mi casa.

 Edgar Khonde

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Se tiene que entender que esto es una convocatoria: No cooperar por Edgar Khonde

poderososUn día todos los custodios de transportes de valores, roban todo el dinero que transportan. El mismo día todos los empleados bancarios, se llevan el dinero de los bancos. En el metro, las taquilleras regalan los boletos del metro. Los choferes de los trolebuses clausuran las alcancías y dejan que los pasajeros suban sin pagar un solo peso. Los empleados y guardias de supermercados, juegan golf dentro de sus instalaciones, mientras se aseguran que ningún cliente abuse. Todo es gratis, pero de forma aleatoria, cada uno se llevará entre 1 y 2 artículos de lujo; la canasta básica no se discute, esos productos incluso han sido empaquetados en despensas. Los empleados de servicios residenciales, luz, agua, teléfono, cierran ventanillas y se ponen a registrar todos los recibos como pagados. Los empleados de cadenas de comida rápida cierran las sucursales: hoy no hay servicio, mañana tampoco, pasado mañana menos. La librerías grandes, ofrecen los libros en trueque por otros libros. La policía cerca la bolsa de valores: Nadie entra ni sale de ahí. Los empleados de la compañía de luz cortan el suministro de las cámaras de diputados y senadores, de la residencia del presidente, de las casas de los altos burócratas. Las escuelas particulares no admiten a los hijos de los altos burócratas. El ejército se acuartela. Grupos de gente entran a Televisa, a TV Azteca -no hay guardias, todos han sido enviados a cercar además el aeropuerto y las carreteras, y los guardias privados han renunciado-, para dar entrevistas y explicar qué está pasando: se llama desobediencia, no cooperación. Las autopistas no cobran peaje. En las aduanas hay vía libre, toda la gente que quiera entrar al país puede hacerlo. Ninguna mercancía paga impuesto. Las gasolineras llenan los depósitos de los automóviles gratis. Los guaruras de los funcionarios, se van de paseo. No hay honores a ninguna bandera, la radio no transmite el himno nacional. En las escuelas todos los estudiantes aprueban, y se extiende el horario de labores estudiantiles y académicas. Hay huelgas de futbolistas, hay huelgas de periodistas, los obreros recuperan las fábricas, las oficinas de empresas privadas cierran porque los oficinistas se van hacia el campo. No cooperar, se llama desobediencia. Y entonces, ellos, los ‘poderosos’, se darían cuenta -y nosotros nos daríamos cuenta- que no son nada. Por eso nos tienen tanto miedo. Pero falta organizarnos. Un día nadie debería hacer nada. Un día que nadie salga de su casa.

Edgar Khonde

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Salvar 4 Libros del Desastre por Edgar Khonde

persona con libro quemadoEn uno de sus relatos el escritor habla de salvar cuatro libros de un incendio. El escritor es de nacionalidad argentina, pero escribe como español, porque desde adolescente ha vivido cerca de Madrid. No sabemos qué llevó a su familia a mudarse de país. En el relato, no dice qué tipo de siniestro es -un incendio no da mucha más información que el fuego consumiéndolo todo- ni el lugar, pero el lector supone que se trata de una biblioteca. El lector reflexiona, qué libros salvaría de la hoguera.

 La escritura forzosamente antecede a la lectura, pero no a la literatura. Es decir, los libros, todos, podrían ser exterminados, y no por ello se extinguiría la Literatura.

 Salvar libros de primeros auxilios, de remedios herbolarios, de teoría científica, de inventos, de historia, ¿de historia? Se puede reinventar la historia. De hecho es deseable de cuando en cuando, generar una nueva épica. Descartamos, ergo, salvar novelas, cuentos, poesía, y cualquier otro género literario.

 La trama de la novela en donde el escritor cuenta sobre el incendio, nunca desenlaza en el título de los cuatro libros rescatados. Hay que imaginarse, con toda la información en la mano, en la mente, qué libros fueron los afortunados. ¿Qué salvaría usted de la hoguera? Parece ser el reto, y en este caso, el traslape de lo real sobre la ficción.

 Aunque ante un incendio saldría, supongo, huyendo, sin nada más que mis huesos y músculos.

BOXEO MEDIANO COLOMBIA - PARAGUAY La noche de ayer, llevaba en mis manos El club de los negocios raros, de Chesterton y Nombre falso, de Piglia. En Nombre falso hay un cuento llamado «El Laucha Benítez cantaba boleros». Laucha es un boxeador, y el Vikingo otro. Ambos coinciden en un gimnasio. Ambos deberían haber sido cualquier otra cosa, excepto boxeadores. El Laucha, cantante de boleros. El Vikingo, no sé, tal vez matón a sueldo. Pero fueron boxeadores y así se conocieron; porque tenían que representar una tragedía griega ocurrida en Buenos Aires.

 Me dirigía a ver a María. La vi, desde lejos vi su cabello, que parece crucigrama. Vi luego su boca y sus ojos, unos grandes ojos. La veía por partes, como siempre, como me gusta. Para después verla toda. Leo una oración, leo otra, leo el siguiente párrafo. Alcanzo a comprender una historia a través de las cadenas de grafías. Primero descifro una palabra que porta su significado. El escritor tiene fe en que el lector acuda al significado preciso, o al menos cercano, al que él cocibió en su departamento de la calle Sarmiento.

 Puedo contemplarla ininterrumpidamente, la he visto dormida. Si supiera dibujar, la podría dibujar de memoria, al menos su rostro. ¿Qué salvaría yo de un incendio? La salvaría a ella. Aunque yo no me salvara ni salvara libros.

 En el fondo, cualquiera quiere ser un superhéroe. Salvar cuatro libros es a fin de cuentas, salvar la literatura, salvar toda la literatura. ¿Qué libros elegiría usted? Yo elegiría Plata quemada, La invención de Morel, Siete pecados y 2666. Mis razones son arbitrarias, responden a un instante; seguramente en un año decidiría salvar distintos títulos. La invención de Morel es mi novela favorita. Nada de poesía ni de técnicas de superivencia o manuales de autoayuda.

Libros prohibidos ¿Por qué salvar libros? Lo más decente sería salvar a la vieja bibliotecaria que apenas y puede con sus piernas. Los lingüistas por ejemplo, anteponen salvar una lengua a punto de extingurise que salvar a los hablantes. Los hablantes nunca importan, a lo mejor ni su lengua. Lo que importa para el lingüista es algún fenómeno lingüístico, o la descripción de sus sonidos. La lingüística por eso es inhumana y debe ser desaparecida. Es mucho muy parecida a una ciencia estadística, en donde solo importan los números. Un bibliotecario querría salvar todos los libros, o condenarse en el infierno junto a los anaqueles. En el caso, por supuesto, de un bibliotecario apasionado. Pero apuesto a que hay bibliotecarios que no leen ni los avisos oportunos -en donde por supuesto hay más poesía que en los libros de poesía-. Los de la biblioteca central de la UNAM, siempre me han parecido del tipo que le tienen fobia a los libros; claro que no tienen la obligación de ser lectores empedernidos.

 Si tuviera que salvar al mundo, seguramente no me salvaría ni yo. ¿Qué sí salvaría entonces? Salvaría la música y la cocina. Salvaría el sexo. No salvaría los libros. No invertiría mis pocas fuerzas en salvar ejemplares de la Biblia o el Quijote. Seré honesto: si estuviera en medio de un incendio, me desmayaría, me pondría histérico, trataría de correr, pasaría encima de los caídos y finalmente, perecería ahogado por el humo. No tengo talante de héroe, soy un tipo nada brillante, fácilmente caigo en el caos y sé que ningún poema, o línea, va a modificar un ápice el mundo. Pude ser bombero y preferí escribir. Pude ser beisbolista y preferí escribir. Pude ser abogado o economista y preferí escribir. Siempre elijo las versiones más imprácticas, lo inútil. Si tuviera que asaltar un banco, llevaría una pistola de agua y un pergamino con un poema. Ayer le confesaba  a María un hipotético crimen; mis ojos, mis dientes, mi lengua, solo pensaban en besarla.

Edgar Khonde

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Un movimiento es un proceso por Edgar Khonde

Ayotzinapa somos todosHay procesos que son ineludibles. El poema de Borges de «Las causas», cuenta de la necesidad del transcurso de la historia para que las manos se encuentren. Todo, desde el ordenado paraíso hasta el rey ajusticiado por el hacha, colaboran verso con verso para que dos o cinco o diez -o tal vez medio millón de personas- confluyan en un trayecto que se reúne en el Zócalo de la Ciudad de México. La cosa es que los muchos hierros y los escasos aciertos, llevan a una sociedad hacia un adelante que se había convertido en quietud y marasmo.

Zapatiztas 1910Hace cien años, otra sociedad civil tomaba el Zócalo. Zapatistas y Vilistas, recorrían la aún pequeña ciudad a caballo. En 1914 México fue gobernado por el Estado emanado de la Convención de Aguascalientes que enarbolaba el Plan de Ayala. Corto periodo en la historia mexicana, pero ejemplo que hay que traer a la memoria: ya los mexicanos de a pie tuvieron el Zócalo, ya tiraron una vez al Estado dictatorial, ya refundaron -o lo intentaron con grandes posibilidades de éxito- el pacto social.

El estado actual del Estado no dista mucho del panista que gobernó dos periodos presidenciales ni del priísta anterior a éste. Todos se parecen porque administran desigualdad e injusticia y ninguno tiene intenciones de erigirse como un gobierno verdadero: Un gobierno al servicio de la ciudadanía.

ya me canseHace falta reconocerse humano, es decir, acercarse al otro, para entender que dentro de los procesos sociales -y económicos y culturales- se tienen que cumplir expectativas por el bien común. Una sociedad egoísta tiende a derrumbarse, un Estado que prima al individuo sobre el colectivo está obligado a desaparecer. Los hechos históricos de esta nación no han acontecido para que el PRI gobierne o para que Enrique Peña sea presidente, ni para que un cártel se convierta en el dueño de estas tierras. La historia de esta comunidad -el pueblo mexicano-, ha sido necesaria para que exista un país con su gente, para que cada individuo se sienta seguro y tenga el ánimo de colaborar en la construcción del futuro. El Ejército Libertador del Sur y la División del Norte no se dispusieron a batallar para que una cúpula reine -la historia tiene memoria, este su centenario la Ciudad de México fue de la gente-, sino para que México ofrezca bienestar a toda aquella persona que viva o transite por su territorio.

El camino está ahí, en descifrar la tiniebla, el camino es descifrarlo. Nos han orillado a la reconstrucción de lo social porque precisamente habíamos estado rechazando tomar esa responsabilidad. Si concebimos que las cosas han sucedido para encontrarnos, para darnos la mano, puede no ser tan duro, -aunque el hecho trágico, irresoluble, la muerte, lo y la que nos gobierna cumpla su testimonio, nos lo recuerde siempre-. Porque las causas para reconocernos han sido tan funestas -El naipe del tahúr. El oro ávido.-, como bellas: Las formas de la nube en el desierto. Cada arabesco del calidoscopio. Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.

Edgar Khonde

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Hoy tendría que haberse detenido este país Por Edgar Khonde

Ayotzinapa zocalo

Escrito pensando en la matanza de Ayotzinapa

con pena y vergüenza

 

 

 

 

Hoy tendría que haberse detenido este país,

si este pedazo de tierra es un país;

tendrían que haber cejado todos los martillos,

ningún tren debió de haber salido

de la estación, ninguna gota de agua

caído en un vaso, ninguna lluvia

pronunciado tormenta o chubasco;

ningún escolar debió haber asistido al colegio;

yo no tendría que estar escribiendo

sino en el llanto, oscuro, sin luz

ni para leer salmos, ni para seguir camino.

 
Hoy tendríamos que desconectar todas las máquinas

que mantienen en el poder a los poderosos

y quemar los bancos, echarle fuego a los cimientos

de esta casa que se derrumba

porque nos despertamos y nos matamos

porque salimos a la calle para matarnos

porque soñamos con matarnos.

porque nos matamos para matarnos.

 
Hoy tendríamos que cavar miles de tumbas

en donde quepamos uno sobre otro,

juntos y reunidos, por fin,

dando paz a la muerte, en auxilio

de los que vivos mueren.

Hoy tendríamos que cerrar cárceles y manicomios,

reconocer que fallamos, hundirnos

en el lodo para no volver de ahí,

que nos entierren y nos olviden;

que nadie en la historia sepa que fallamos

¡Cómo fallamos!

 
Perdonen si lo confieso y nos entrego,

hoy tendríamos que renunciar

sin héroes ni demonios.

Hoy tendríamos que detener este país:

que nadie cante ni se persigne

que ni una voz se alce,

que no rueden las balas sobre la calle.

Tendríamos que detenernos para mirar

cuánto la hemos cagado

cuando no era posible que este país

se nos fuera de las manos.

 

Edgar Khonde

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