Las preguntas fundamentales de una persona en cualquier momento de su vida vienen en instantes en los cuales todo parece irreal, en ellos todo es pregunta porque todo parece desconocido. Ese mágico momento es la niñez, en ese tiempo el mundo es nuevo, el rededor no es más que una enorme pregunta que se ramifica y lo único que se añora son respuestas, palabras que nos hagan saber el por qué nos encontramos en este mundo, vocablos que nos den una razón especifica de lo que somos, de dónde venimos, de qué estamos hechos, y entre esos cuestionamientos nos encontramos frente a adultos de diferentes rostros, tipos, edades, voces, nos contemplamos rodeados de árboles, aves, aire, animales y con tantas otras cosas, que necesitamos saber que es todo eso a nuestro alrededor para poder decirnos a nosotros mismos quienes somos.
Frente a toda esta realidad las personas más cercanos son nuestros padres a quienes nos acercamos y preguntamos quiénes somos, así nuestra madre nos da una respuesta, después hacemos la misma pregunta a nuestro padre o alguna otra persona y nos dan otra, entonces quedamos con una pregunta fragmentada en dos o más respuestas, ¿cuál es la verdad?, ¿alguno de los dos miente?, necesitamos descifrarlo y emprendemos una lista de preguntas dirigidas a todo aquel que se encuentre a nuestro alrededor, pero cada una de las personas nos responde con diversas versiones de un mismo concepto. Llegamos a la escuela, donde se supondría fundamentarían cada respuesta abierta que nos han dado, pero nos dan libros y nos cuentan una historia y nos enfrascan en lecciones que parecen no tener preguntas y por ende tampoco respuestas, ¡así es y ya!, nos dicen, pero esto no es suficiente, nosotros queremos saber ¿de quién es esa historia, quién la fabrico, qué pasa con la historia que no tuvo oportunidad de ser escrita?, si no se tiene una respuesta, por qué razón se tendría que creer en todo eso que nos dicen, y pensamos, “si las dos personas más cercanas me dicen de una sola cosa dos historias, ¿cómo puedo asegurar que esa persona frente a mí me está diciendo la verdad, o que la persona que escribió esas letras en un papel es quien tiene la razón?…” todo parece confuso.
Tomamos los libros, vemos letras y dibujos, y de repente, escuchamos una voz que nos dice algo en nuestro interior, algo que resuena en nuestra cabeza y nos hace pensar, reflexionar y cuestionarnos otras cosas, movemos la cabeza, contemplamos los libros, los dibujos, estos se mueven y saltan, los animales y personajes nos dicen mensajes, volteamos al cielo y vemos formas en las nubes, creamos canciones y vivimos experiencias que platicamos con un nuevo amigo, ese que de repente surge del closet, de debajo de la cama, felices lo compartimos con los adultos pero nos dicen “!No mientas!”, – ¡qué no mienta, pero, si no estamos mintiendo!, hay un ser que nos habla y con quien jugamos y cantamos, pero como segunda respuesta obtenemos la amenaza de ir al psicólogo y frente a eso dicen: ¡a Dios no le gusta que mientas!, y ahí es donde nuestra realidad se hace aún más confusa. ¿Dios?, ¿quién es Dios?, y la respuesta es, -¡alguien a quién no puedes ver pero que nos habla y nos orienta! En nuestra mente sólo podemos pensar que lo lógico es que nos están mintiendo, de ahí que surja el comentario que nos llevará a una situación caótica, -“No mientas, yo te acabo de decir lo mismo y me dijiste que soy un/una mentiroso(a)”. ¡Zaz!. ¡No es lo mismo!, nos responden, ¡Dios si existe, yo lo escucho, sé que nos observa!, en cambio lo que tú ves no es nada. ¡Uff!, pensamos mientras nos quedamos estupefactos, resulta que el Dios que los adultos escuchan y ven es una realidad y el amigo que yo veo y que me habla es una mentira. Mmm, de ahí podría venir una conversación interminable pero cuando se es niño, se comprende que es más sabio no discutir con los adultos.
Pasa el tiempo, todo lo que vamos percibiendo exterior e interiormente para los mayores parece ser todo mentira: nuestro primer amor, es así para ellos,
-“No te puede gustar, estás demasiado pequeño(a) para saber lo que es el amor, es una mentira que te has creado! Y viene la pregunta, Mamá, ¿por qué te casaste con papá?, y la respuesta, porque estaba enamorada, desde que lo vi, lo supe. ¡Auch!, nuevamente esa contradicción, todo se vuelve confundible, y ahí es donde uno se pregunta, ¿En qué momento mi vida comenzará a ser real, verdadera?, ¿a qué edad llega la verdad? y ahí está el ejemplo más común que nos persigue a todos a lo largo de toda nuestra vida: – “Di que no estoy”, pero, -¿Cómo que no estás, si te estoy viendo?, y la respuesta es, -¡No,no, no estoy!, nos dicen casi a punto del enfado, ¡Santo Dios!, (ahí es cuando Dios regresa a nuestra mente), no está, entonces, ¿quién es ella, él?, pero ante este conflicto de no saber si nuestros padres están o no, algo nos consuela, hemos pronunciado a Dios, estamos entrando al mundo de los adultos, quizá lo que nos hace reales sea ese sentido de Dios que los adultos parecen tener impregnado. Si en ese momento llegamos y decimos que Dios nos ha dicho que nos portemos bien, nos dirán que hemos sido bendecidos, en cambio si le digo que el duende que existe bajo la almohada me dice lo mismo, me dirán que tengo problemas psicológicos, entonces, uno comprende que el mundo de los adultos es sólo cuestión de saber acomodar las palabras.
Así pasan los años, y en nuestro recorrido de vida todo nuestro lenguaje se acomoda dependiendo la situación y lo que intuimos quiere ser escuchado por la otra persona, entonces todo lo compartido es “una mentira”, pero, ¿qué significa mentira?
Mentir, tiene su origen en el latín mentiri, y su significado dice que es urdir un embuste con la mente, lo cual se relaciona con ideas o estados de la mente que construyen pasajes que no nos pertenecen.
Pero, ¿en realidad no nos pertenecen?, claro que nos pertenecen, han surgido de nuestro interior, han nacido de nosotros, desde nuestro tiempo. Cada quién es lo que ha ido construyendo desde sí mismo, yo soy eso que veo, que siento en mí, soy parte de esos colores de la naturaleza que sólo yo percibo y mis emociones sólo son mías, nacen de mis circunstancias, de mi forma de percibir cada día, soy cada uno de los actos producidos por lo que me hace sentir la realidad de la otra persona, pero esa persona no ve los mismos colores, ni las mismas sombras, ni siente la felicidad como yo la percibo, pero eso no significa que mienta, o que me engañe, sólo muestra que somos diferentes, y que la verdad propia no tiene que ser la del otro.
La diferencia de percepción no puede ser una mentira, y es aquí donde hemos confundido el concepto “autonomía” con el de “mentira”, esta manera de clasificar ha llevado a imponer verdades absolutas y a dominar bajo una moral o ética propia que creemos es beneficiosa para el otro. La mentira es una construcción falsa no de la realidad sino de los actos que provocan daño a la realidad propia y a la de otro, por lo que podríamos decir, existen dos tipos de mentiras: las que se dicen a uno mismo y las que son dichas para dañar la vida de otra persona o para sacar provecho de una situación.
La mentira daña el interior de la persona que crea la mentira como la que es víctima, porque mentir tiene una finalidad de sacar ventaja, de engañar, de hacer que la otra persona haga nuestros deseos, nos facilite las cosas, o nos habrá camino o que en algún aspecto sea provechoso, la mentira provoca rupturas, rompe relaciones, provoca asesinatos, suicidios, llanto, vuelve cómplice de daños y sobre todo es la base de las traiciones.
Y es aquí donde no se puede decir que la percepción de cada uno es una mentira, porque la manera de percibir la vida de cada persona está envuelta en un halo de misterio que provoca el crecimiento espiritual y humano. Nuestra percepción de la vida depende de nuestra cultura, etnia, tradiciones, religión, o ateísmo, por ende no podemos decir que la persona que cree en Dios miente o vive en una mentira, para el creyente su fe es algo completamente real, siente a Dios, lo vive y lo escucha y este sentir a Dios es benéfico si lo lleva a ser una mejor persona, a desarrollarse con libertad y respeto ante el otro, pero se convierte en una mentira cuando la fe es utilizada para dominar, fundamentar dogmas, someter al cuerpo, o para volver a un pueblo sumiso y obediente, ahí se está mintiendo porque se busca sacar ventaja, pero cuando la fe se utiliza para fortalecer a la persona, para ayudarle en su crecimiento personal y social es una acto de percepción esperanzador, de esta misma manera podemos hablar del Marxismo, decir que el materialismo es la base de todo no daña si se utiliza para valorar el trabajo de cada persona como beneficio de la humanidad, pero si se utiliza para sojuzgar al que cree inventando conceptos caemos en la mentira olvidando el beneficio de la percepción y de las diferencias.
La vida de cada persona es completamente irreal para el otro, y esto es algo que hemos olvidado, pretendemos día con día imponer nuestra manera de sentir y percibir como si fuese la única, y olvidamos o ignoramos que la visión de la realidad de cada individuo es completamente distinta, así la vida se trata de aceptar, no de comprender ni de entender, de ser coherentes con nuestra propia realidad, no de querer adaptar la vida de la otra persona con lo que nosotros pensamos es real porque nos otorga beneficios y seguridad. Por ejemplo, cuando se tiene una pareja se exige fidelidad porque una parte cree en ella, entonces se le exige a la otra persona ser fiel, pero eso es en beneficio propio, no se piensa en que quizá para la otra persona la fidelidad es un acto secundario que no tiene nada que ver con el amor, así envolvemos en un acto falso la vida de la persona para nuestra seguridad, en esa exigencia nos estamos mintiendo, al querer crearle una realidad a la otra persona, pero esta vida será siempre una falsedad, una mentira, porque la persona que cree en la fidelidad debe serlo ella para ser coherente con ella misma pero no exigir al otro creer en algo que no tiene fundamento para su realidad.
Cada persona tiene su tiempo, su ritmo, su manera de percibir el amor, el sexo, su dolor, tiene una razón por la cual creer o negar a Dios, para llamarlo Universo, Pachamama, Alá, Yahvé, Krisna, cada mujer tiene un motivo para disfrutar de su sexualidad ya sea a través de una liberación sexual o de la castidad, cada uno de nosotros tenemos una realidad propia que no tiene porque ser parecida a la del otro desde los más cercanos como son nuestros, padres, hijos, hermanos, pareja, hasta el más lejano, siendo la responsabilidad de la libertad el fundamento central de nuestro desarrollo autónomo. Lo central no es que tengamos una realidad en común sino que tengamos respeto por la existencia y dignidad del otro, porque en nuestra diversidad de realidades sólo existe una verdad a la cual podríamos llamar “absoluta” que nos une “La vida”.
Es claro que al vivir en una sociedad, esta se rija por leyes las cuales deben beneficiar a todos, pero no es así, porque el poderoso crea una “realidad” anteponiendo la realidad del individuo, el Estado olvida que lo que debe ver es que la realidad de cada persona se desarrolle en un ambiente digno, donde la educación, la seguridad y el bienestar hagan de cada persona un ser humano feliz y pleno, donde cada trabajador reciba lo justo por su desempeño, donde todos los niños puedan hacer de su realidad un beneficio para la sociedad al compartir sus experiencias y conocimientos, donde la realidad de cada estudiante sea un instrumento para la ciencias, las humanidades, la tecnología, etc., valorando que las diferencias y la diversidad de puntos de vista son los que llevarán a conclusiones importantes, un lugar donde los ancianos sean valorados por su sabiduría como en la antigüedad. El Estado debe de dejar de fabricar mentiras y dejar de querer crear una sola realidad, porque un país debe fundamentarse en el desarrollo de la dignidad de cada persona.
Se crean reformas, leyes, moral, se inventan conceptos de justicia basados en una mentira, en una realidad inventada para el beneficio de sólo un grupo, no en el valor de la vida.
La sociedad, es decir la convivencia entre un grupo de personas debe fundamentarse en dignificar la realidad del otro a través de nuestra propia realidad con paz y libertad, el crecimiento social no debe de partir de anhelar que nuestra realidad sea la del otro sino a partir de amar al otro por el hecho de existir, de saber que existe para enseñarnos algo, porque todos aprendemos algo del otro, de valorarnos y aprender de las diferencias.
Catalogarnos creyentes, ateos, gnósticos, de izquierda, de derecha, feministas, etc., nos separa, crea barreras, y nos envuelve en una mentira común que daña e irrumpe la manera de percibir al otro, nos quedamos con fragmentos, anteponemos la ideología a la realidad única de la persona, el que yo ame a Dios, no significa que no pueda convivir con alguien que no cree, una creencia no debe de ser nunca más fuerte que el valor de la vida y de la dignidad. Nuestras ideologías son base de nuestra propia realidad y forma de vida que nos fundamentan para desarrollarnos y llegar a nuestra meta, pero nunca se debe anteponer a la dignidad humana.
Una sociedad no debe de fundarse en base a ideologías, creencias y realidades propias sino basarse en el bienestar de la vida, para que cada ser conviva y comparta con el otro lo que ve, percibe, y siente a través de la igualdad, libertad y fraternidad, tres derechos fundamentales basados en la dignidad humana y no en una realidad humana.
Realidad y dignidad son conceptos distintos, la realidad es subjetiva porque tiene que ver con el espíritu y la dignidad es objetiva porque tiene relación con nuestra corporalidad.
El retroceso que tenemos como sociedad tiene una clara relación con la imposición de una “realidad”, nos han enseñado a seguir ideologías falsas a creer que se vive en una democracia cuando se vive en una oligarquía, a depender de reyes y monarquías para dar un status de primer mundo, nos han envuelto en una mentira que nos separa.
Lo importante no es que alguien sea conservador y el otro liberal, de derecha o de izquierda, cada uno cree en lo mejor para sí mismo, y como sociedad necesitamos de ambos, no por su ideología sino porque su opinión abrirá nuestro campo y nos hará percibir la diversidad de realidades, pero esto no debe de importar para convivir en armonía, lo trascendental es que desde el punto conservador y desde el liberal seamos valorados como seres humanos. Lo trascendental es aprender a escuchar la realidad de cada persona para así crecer en un mundo donde la dignidad sea el camino de la justicia y no la imposición de una mentira, mal llamada “realidad”.
Martha Leticia Martínez de León… Silencio
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