En uno de sus relatos el escritor habla de salvar cuatro libros de un incendio. El escritor es de nacionalidad argentina, pero escribe como español, porque desde adolescente ha vivido cerca de Madrid. No sabemos qué llevó a su familia a mudarse de país. En el relato, no dice qué tipo de siniestro es -un incendio no da mucha más información que el fuego consumiéndolo todo- ni el lugar, pero el lector supone que se trata de una biblioteca. El lector reflexiona, qué libros salvaría de la hoguera.
La escritura forzosamente antecede a la lectura, pero no a la literatura. Es decir, los libros, todos, podrían ser exterminados, y no por ello se extinguiría la Literatura.
Salvar libros de primeros auxilios, de remedios herbolarios, de teoría científica, de inventos, de historia, ¿de historia? Se puede reinventar la historia. De hecho es deseable de cuando en cuando, generar una nueva épica. Descartamos, ergo, salvar novelas, cuentos, poesía, y cualquier otro género literario.
La trama de la novela en donde el escritor cuenta sobre el incendio, nunca desenlaza en el título de los cuatro libros rescatados. Hay que imaginarse, con toda la información en la mano, en la mente, qué libros fueron los afortunados. ¿Qué salvaría usted de la hoguera? Parece ser el reto, y en este caso, el traslape de lo real sobre la ficción.
Aunque ante un incendio saldría, supongo, huyendo, sin nada más que mis huesos y músculos.
La noche de ayer, llevaba en mis manos El club de los negocios raros, de Chesterton y Nombre falso, de Piglia. En Nombre falso hay un cuento llamado «El Laucha Benítez cantaba boleros». Laucha es un boxeador, y el Vikingo otro. Ambos coinciden en un gimnasio. Ambos deberían haber sido cualquier otra cosa, excepto boxeadores. El Laucha, cantante de boleros. El Vikingo, no sé, tal vez matón a sueldo. Pero fueron boxeadores y así se conocieron; porque tenían que representar una tragedía griega ocurrida en Buenos Aires.
Me dirigía a ver a María. La vi, desde lejos vi su cabello, que parece crucigrama. Vi luego su boca y sus ojos, unos grandes ojos. La veía por partes, como siempre, como me gusta. Para después verla toda. Leo una oración, leo otra, leo el siguiente párrafo. Alcanzo a comprender una historia a través de las cadenas de grafías. Primero descifro una palabra que porta su significado. El escritor tiene fe en que el lector acuda al significado preciso, o al menos cercano, al que él cocibió en su departamento de la calle Sarmiento.
Puedo contemplarla ininterrumpidamente, la he visto dormida. Si supiera dibujar, la podría dibujar de memoria, al menos su rostro. ¿Qué salvaría yo de un incendio? La salvaría a ella. Aunque yo no me salvara ni salvara libros.
En el fondo, cualquiera quiere ser un superhéroe. Salvar cuatro libros es a fin de cuentas, salvar la literatura, salvar toda la literatura. ¿Qué libros elegiría usted? Yo elegiría Plata quemada, La invención de Morel, Siete pecados y 2666. Mis razones son arbitrarias, responden a un instante; seguramente en un año decidiría salvar distintos títulos. La invención de Morel es mi novela favorita. Nada de poesía ni de técnicas de superivencia o manuales de autoayuda.
¿Por qué salvar libros? Lo más decente sería salvar a la vieja bibliotecaria que apenas y puede con sus piernas. Los lingüistas por ejemplo, anteponen salvar una lengua a punto de extingurise que salvar a los hablantes. Los hablantes nunca importan, a lo mejor ni su lengua. Lo que importa para el lingüista es algún fenómeno lingüístico, o la descripción de sus sonidos. La lingüística por eso es inhumana y debe ser desaparecida. Es mucho muy parecida a una ciencia estadística, en donde solo importan los números. Un bibliotecario querría salvar todos los libros, o condenarse en el infierno junto a los anaqueles. En el caso, por supuesto, de un bibliotecario apasionado. Pero apuesto a que hay bibliotecarios que no leen ni los avisos oportunos -en donde por supuesto hay más poesía que en los libros de poesía-. Los de la biblioteca central de la UNAM, siempre me han parecido del tipo que le tienen fobia a los libros; claro que no tienen la obligación de ser lectores empedernidos.
Si tuviera que salvar al mundo, seguramente no me salvaría ni yo. ¿Qué sí salvaría entonces? Salvaría la música y la cocina. Salvaría el sexo. No salvaría los libros. No invertiría mis pocas fuerzas en salvar ejemplares de la Biblia o el Quijote. Seré honesto: si estuviera en medio de un incendio, me desmayaría, me pondría histérico, trataría de correr, pasaría encima de los caídos y finalmente, perecería ahogado por el humo. No tengo talante de héroe, soy un tipo nada brillante, fácilmente caigo en el caos y sé que ningún poema, o línea, va a modificar un ápice el mundo. Pude ser bombero y preferí escribir. Pude ser beisbolista y preferí escribir. Pude ser abogado o economista y preferí escribir. Siempre elijo las versiones más imprácticas, lo inútil. Si tuviera que asaltar un banco, llevaría una pistola de agua y un pergamino con un poema. Ayer le confesaba a María un hipotético crimen; mis ojos, mis dientes, mi lengua, solo pensaban en besarla.
Edgar Khonde
Twitter: @edgarkhonde
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