¿Alguna vez sentiste que me temblaban las piernas cuando estaba a tu lado? Quizá no lo sabías pero desde aquel 4 de febrero ha sido así.
Son las 3 de la mañana. El silencio reina en la habitación iluminada sólo por la luna, estamos tu y yo. Tu torso color arena se asoma entre las sábanas. Duermes plácidamente. Pareciera que nada ni nadie va a robarte el sueño.
Ni siquiera el humo del cigarro que me fumo mientras observo hacia la calle. Once años anhelé que llegara este momento. Siempre jugando con fuego y bromeando con «esa noche» que ahora se consumó.
Mientras un poco de aire juega con mi cabello, recuerdo cuando nos conocimos. Yo tenía 24 y tu 22. Sentíamos que nos comíamos el mundo, cada quien a su manera. Teníamos (y tenemos) ideologías distintas y muchas veces chocábamos. Yo te molestaba diciendo que AMLO era incongruente y que tenía un Rólex y muchas cosas más.. Sabía que te encendías al escuchar eso, pero lo único que hacía era llamar tu atención. Eso era lo único que quería.
Pero también tenía claro que nadie me había dicho que aun con todos «mis maridos» y mis «novios» que me conseguía en la playa, me querías y jamás dejaste de quererme. Aun sabiendo que nuestras vidas eran distintas y que literalmente, nos separa un país. Un país en el que hay muchos Méxicos.. En que la historia no ha cambiado, desde que nos conocimos. Se ha empobrecido y nos ha arrebatado situaciones, personas, mascotas, que hemos querido.
Pero nada de eso importa ahora. Ni siquiera importa que no te guste la música que a mi y que no te interese mucho lo que escribo. Eso es lo ingrato de la profesión que se tiene… Escribes para tí, para otros, pero pocas veces para la persona que amas.
Contigo ha sido así y eso es lo que más me ha asombrado. Devoradora de cientos de historias románticas en películas, libros y demás, siempre soñando con la proposición perfecta. El «momento» fuera de serie y la publicación en todas las redes sociales. Pero nada de eso hay entre los dos. Lo único que sé es que estás a mi lado aunque muchas veces no lo haya entendido.
Creo que eso es el amor. Alguien alguna vez me dijo que no existía el amor, que sólo existían los acuerdos. Pero creo que sí existe, y creo que el amor y la fe también van de la mano. Y quisiera pensar en tantas cosas, pero ahora no es tiempo.
II
Son las nueve de la mañana. Al despertar, lo primero que veo son tus ojos que me miran. Intensos y expectantes. Con tu mano derecha me acomodas un mechón de cabello detrás de la oreja y me das un beso.
Imaginaba el café, el pan, o la fruta. El desayuno listo. Pero lo único que veo es que tienes el xbox prendido y en silencio, para «que no me despierte». Me meto a bañar, en lo que tu te arreglas. Y salimos a la playa, a ese lugar al que dije que iríamos hace mucho tiempo y que planeabámos cada vez que hablábamos.
Caminamos por la orilla del mar. Y yo vuelvo a sentir ese temblor en mis piernas. Pero no te digo nada, porque sé que no es importante pero para mí, sí lo es. Tomas mi mano y caminamos.. Y caminamos… Y llegamos a unas escaleras en piedra que conducen al malecón. Y no hablamos, no es necesario que hablemos. Sabemos disfrutar de nuestros silencios y del murmullo de las olas del mar.
El corazón late a mil cada vez que me miras a los ojos. No hace falta que me digas un discurso amoroso de telenovela, porque esos son tan falsos y tan huecos. No. No hace falta nada de eso, mientras caminemos juntos.
A nadie le he dicho que me hiciste una de las mejores proposiciones que una mujer pueda tener. «No tenemos tiempo de saber si funcionamos como pareja»… Y creo que no, nos hemos conocido demasiado. Sabemos lo que hay que saber y conocemos a nuestros demonios. Sabemos de qué pata cojeamos pero también apreciamos lo que es cada uno de nosotros. De pronto pasan minutos.. quizás una o dos horas. Y continuamos sentados, tomados de la mano viendo hacia el mar.
Ya es hora de regresar a la ciudad. Y con eso se me apachurra el corazón porque sé que aún no es tiempo para quedarme permanentemente. Debo ver algunas cosas y entonces, establecernos. No sé qué pasará. Ese mismo temblor que siento en mis piernas cuando estás cerca, es el mismo que me impulsa a seguir.
Llegamos a la habitación y nos llevamos nuestro equipaje. Siento una envidia inmensa de este lugar porque se quedará con las mejores imágenes de mi vida. Porque fue aquí donde descubrí que quizás el amor sí existía… Mientras tu duermes en el asiento que da a la ventana en el autobús, yo aprieto tu mano y tu haces lo mismo.
Regresamos a la ciudad con la promesa de que nos espera un futuro juntos y de que estamos destinados el uno al otro. No hay flores, ni rosas, porque todas las recibí en mis sueños y a manera virtual. Pero ahora tengo la certeza, que contigo quiero pasar el resto de mi vida. Yo creo que tú también quieres lo mismo.
Daniella Giacomán Vargas